El último ocaso ha quedado obsoleto, lo recupero en estas líneas para recordar su grisácea forma, jamás varió su triste matiz y así se fue, como ceniza dispersa.
El próximo vendrá cuando logre descifrar su nueva tonalidad. Mientras, voy buscando mis colores en esa franja de tierra y su diversidad de amarillos y verdes. Piso con cuidado de no aplastarme. Crezco a medida que riego, aprovecho los días infinitos que carecen de noche. Si el alba se sigue retrasando en lejanía, si prefiere proyectarse en un horizonte imposible, yo veré en mi sombra el contraste verdoso, las flores, la fauna que nunca se asustó de mí, que sabe que la fiera se deshizo en lágrimas hace tiempo y ya no hay nada que temer.
Oscurecí mi ser para encarnar esa sombra que, alegre, se inmiscuye en las herbáceas. Utilicé el tinte uniforme y sin gamas para hacer efectivo el mensaje, pasó el fuego y dejó la razón chamuscada, aprovecha el deseo para renacer en muchas formas.
Pero si los pigmentos premeditan una intención comunicativa ¿Qué me indica el color de tus córneas? ojos quizás pardos, aún no lo sé, pero ilustres, ejemplos precisos del estorbo en mi alma. Quizás tu voz profunda, tan precisa que socava mi esperanza, valga la pena en cuanto entonación. Si tu canto se tiñe de la misma certeza que me envuelve, bienvenido sea el atardecer.