El acidioso ocaso ya existe en otra parte, esa grisácea costumbre de recaer en lo conocido y aferrarse a un esporádico e inestable querer. En la incómoda cordialidad y el insuficiente abrazo supimos despedirnos, yo sabiendo que era ya lo último, la resaca de un amor poquito, minúsculo y fantasmal. Respeto es lo que queda por un yo pasado que ha dejado mucho de sí, o mejor dicho, no se había animado a construir su individualidad hasta dicha despedida.
No te invoco, te despido.
Salú.
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