lunes, 20 de mayo de 2019

Norma VI, en vano.

El abrazo eterno al oprobio, malestar querido. Una furia endeble me observa desde varios peldaños más abajo, desenfundo mi inquebrantable suspicacia, subo cada vez más rápido. Cada escalón conquistado se cobró, a mi pesar, un resbalón, una caída, . No espero una diatriba optimista hacia mi persona, no triunfo por el placer del encomio. Si mi subsistencia mediocre debiera ser aplaudida en cada conquista de lo mundano, triste ha de ser mi permanencia en general. Pero si por alguna razón tuviera que abandonar, no podría ser de otra forma que con la mirada recta, no cabizbaja ni orgullosa.
De todas formas, nada me ha impedido conocer lo que detrás de mí, ente ufano y desagradable, me persigue. La he invocado sin querer ya tantas veces, que ahora no puede desaparecer. Norma me inyecta su terrible mirada desaprobatoria y risueña.
Es una llaga incurable de mi conciencia, un temor elocuente que no sucumbe ante mis intentos de omitirla. Aunque cierto es que le he dado la mano alguna vez, su capacidad para doblegarme es incuestionable.
Norma se agazapa y logra tanta velocidad que la presiento cerca mío, los peldaños desaparecen y el terreno se vuelve llano. Me observo en desventaja, como era de esperar. De pronto aparta su mirada sabiendo que yo no puedo hacer lo mismo, me ignora a la vez que me somete. Conozco bien sus tácticas, no sus intenciones.
Le gusta arrinconarme, dejarme sin convicciones, huir impune. Cruza límites, se apropia de ellos, de los míos. Su admirable capacidad de subsistir, hasta donde sé, se basa en nada. A la vez que pienso en esto, me suelta, se escapa en una combinación infinita de direcciones, yo sólo puedo desearle suerte, ella no promete nada más que el eterno desconcierto. 
Salú, Norma.


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